Definitivamente soy viejo. Debo dejarle espacio a los “millennials”. O…. ¿debo realmente dejarle espacio a los “millennials”?
A mis tiempos, y créanme, no soy centenario, apenas tengo 63, entrar en un café para tomar un café era cosa sencilla, tan sencilla como pedir un café en sus dos únicas variantes: negro o con leche.
Ayer, con enorme ganas de tomarme un café, en su variante “con leche”, entré en una cafetería de una conocida franquicia estadounidense que se ha establecido en nuestro País desde unos años. Ya al entrar me di cuenta que no andaba arreglado según los estándares de los clientes presentes. No me refiero a mi indumentaria (andaba bien vestido y con mi obligatorio sombrero Borsalino) sino al hecho de que estaba yo prácticamente “desnudo” por no andar una computadora portátil preferiblemente con “manzanita”.
Por algunos interminables segundos, las miradas cargadas de un cocktail de decepción y pena ajena, me siguieron hasta la caja. Luego, todos los ojos volvieron a caer sobre los teclados donde, aparentemente, se saborea el café y se practican las conversaciones (digitales) con los compañeros de mesa.
Pero, todo este prefacio, por ser tal, no es el “jugo” del cuento que les voy a contar.
Me enfrenta un joven y enérgicamente me indica estar para servirme. Pido un café con leche.
Inmediatamente el joven cambia su expresión de la cara con una que dice “aquí va otro” y me pide qué tipo de café quiero.
Yo, inocentemente, digo que quiero un café “normal”, con leche.
Él me contesta con una pregunta, cosa que, les confieso, yo odio: “¿americano?”.
– “No, soy italiano pero vivo aquí en Costa Rica desde más que 20 años y ya tengo cédula tica”.
– “Señor” – me dice el joven – “me refiero a que si quiere un café americano”.
Contento de ver que lentamente, muy lentamente, nos estábamos entendiendo, confirmo y añado “con leche”.
– “¿Qué tipo de leche?”
Recurro a mi autocontrol y busco rápidamente en el banco de datos de mis conocimiento sobre los tipo de leche y contesto “leche-leche… ¿por qué, que tipos de leche me ofrece?”
El joven, mirándome como si frente a él se encontrara un aborigen de Australia en su traje típico (taparrabo y cerbatana) me indica, no si demostrar cierta impaciencia, que tienen leche de soya, leche entera, leche semi-entera, leche descremada leche….. Lo interrumpo y, con ganas de soplarle un dardo envenenado, digo “leche entera”.
Cuento hasta tres para calmarme. No lo logro y cuento otra vez hasta tres y más. Me convenzo que no vale la pena estrellar ya que, la difícil tarea de pedir un café con leche estaba prácticamente concluida.
Y es exactamente en aquel momento que con mirada desafiante, el joven toma un lapicero pilot en su mano y me pregunta: “¿qué nombre le pongo?”.
Y yo, pobre ingenuo que no sabía que hay que bautizar las creaciones, le contesto: “Diay, póngale café con leche”.
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